Foto: www.rtve.es
Con la oscuridad de la noche como cómplice, cientos de seres humanos intentaban cruzar una frontera. La
frontera hacia un mundo mejor. Seres humanos que lo abandonan
todo. Sus raíces quedan en los países más pobres del
continente africano, lugares a los que se les ha bautizado con el
eufemismo de tercer mundo. Están desesperados, huyen de la pobreza
más absoluta. Miseria de la que todos, en mayor o menor medida,
somos responsables.
El sol empezaba a iluminar el espigón del Tarajal, línea que
separa España de Marruecos, en la Ciudad Autónoma de Ceuta. Como
última oportunidad para acceder a la tierra prometida se adentran en
el mar. Algunos no saben nadar y todos están cansados después de
una larga penitencia hasta llegar a la
frontera del paraíso. Penitencia en la que, además de mermar su
fuerza física, lleva consigo el pago a las mafias que los guían
hacia ese nuevo y prometedor futuro.
En la playa, junto a la frontera, se observa el tímido sol, medio
oculto, como si el astro rey, no quisiera ver lo que estaba pasando.
En la arena, cerca de la orilla, varios miembros de la Guardia Civil
esperan. Los que llegan casi no pueden poner los pies en el suelo y
algunos, con gran esfuerzo, intentan levantar los brazos ante la
pasividad de los agentes que ni siquiera abandonan su arma para
ayudarles. Reciben y cumplen órdenes.
Pero otros muchos no llegaron y se
quedaron, junto a sus ilusiones, en las aguas del Mediterráneo.
Aguas llenas de sudor y de lágrimas. Seres humanos que fueron
expulsados del paraíso prometido y para los que no habrá una nueva
oportunidad.
Xavier C. Martiñá
No hay comentarios:
Publicar un comentario