lunes, 2 de junio de 2014

UNA HISTORIA REAL


Como todos los lunes me dispongo a comenzar la semana, es junio en el calendario y el sol entra por la ventana, dicen que por poco tiempo, que este año tendremos que esperar unos días para quitarnos el sayo. Es uno más de esos lunes descafeinados, esperando esa llamada para poner fin a los lunes al sol.
La radio suena en la cocina, me hace compañía, con su cantar mañanero escupiendo las últimas noticias, todo viejo, nada de sobresaltos. Después de unos minutos, dos palabras encienden las alarmas: “declaración institucional”. Tomo un sorbo de café y desvio la vista hacia el pequeño aparato de radio que está apoyado sobre un frutero en compañía de unas rojas cerezas. Mi pensamiento viaja hacia el día anterior cuando, sin ninguna explicación razonable, vi la imagen del Rey de España comunicando su despedida. En la radio empiezan a hablar de suposiciones, pero yo lo tenía casi seguro. Estuve a punto de lanzarme a las redes sociales para comentarlo, pero mi prudencia me lo impidió. Esa misma prudencia que hoy en día se encuentra en horas bajas debido al afán de las empresas de comunicación por ser las primeras en dar una información sin tiempo para confirmarla a través de distintas fuentes. Fueron unos minutos de espera, hasta que algunos medios digitales empezaron a hablar de la posible abdicación del Rey. En ese tiempo pensé haber vivido antes esa situación, un auténtico déjà vu. La confirmación oficial llegó cuando el Presidente del Gobierno salía en las pantallas de todos los canales de televisión, como El Rey en Navidad. Rajoy se acercaba a un atril, ajustaba los micrófonos y después de un buenos días a todos, comunica la voluntad de Su Majestad El Rey de abandonar el trono.
Confieso que sigo preocupado. No entiendo mi enlace mental con la Casa del Rey, con la Familia Real o con las paredes del Palacio de La Zarzuela. Ahora intento pensar en los ciudadanos españoles votando en un referéndum sobre el futuro de la monarquía, pero creo que empiezo a tener serias interferencias.

Xavier C. Martiñá