Como todos los lunes me dispongo a comenzar la semana, es junio en el calendario y el sol entra por la ventana, dicen que por poco tiempo, que este año tendremos que esperar unos días para quitarnos el sayo. Es uno más de esos lunes descafeinados, esperando esa llamada para poner fin a los lunes al sol.
La radio suena en la
cocina, me hace compañía, con su cantar mañanero escupiendo las
últimas noticias, todo viejo, nada de sobresaltos. Después de unos
minutos, dos palabras encienden las alarmas: “declaración
institucional”. Tomo un sorbo de café y desvio la vista hacia el
pequeño aparato de radio que está apoyado sobre un frutero en
compañía de unas rojas cerezas. Mi pensamiento viaja hacia el día
anterior cuando, sin ninguna explicación razonable, vi la imagen del
Rey de España comunicando su despedida. En la radio empiezan a
hablar de suposiciones, pero yo lo tenía casi seguro. Estuve a punto
de lanzarme a las redes sociales para comentarlo, pero mi prudencia
me lo impidió. Esa misma prudencia que hoy en día se encuentra en
horas bajas debido al afán de las empresas de comunicación por ser
las primeras en dar una información sin tiempo para confirmarla a través de
distintas fuentes. Fueron unos minutos de espera, hasta que algunos
medios digitales empezaron a hablar de la posible abdicación del
Rey. En ese tiempo pensé haber vivido antes esa situación, un
auténtico déjà vu. La confirmación oficial llegó cuando
el Presidente del Gobierno salía en las pantallas de todos los canales de televisión, como El Rey en Navidad. Rajoy se acercaba a un atril, ajustaba los
micrófonos y después de un buenos días a todos, comunica la
voluntad de Su Majestad El Rey de abandonar el trono.
Confieso que sigo
preocupado. No entiendo mi enlace mental con la Casa del Rey, con la
Familia Real o con las paredes del Palacio de La Zarzuela. Ahora
intento pensar en los ciudadanos españoles votando en un referéndum
sobre el futuro de la monarquía, pero creo que empiezo a tener
serias interferencias.
Xavier C. Martiñá
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